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Montes de María

         La dote

Y al son de cantos y bullerengues nombraron el paisaje perdido. Pero ese día sus voces fueron arrancadas a destajo para que aprendieran con sangre a mirar como los blancos. No hubo tiempo para callar su llanto ni para invocar sus dioses, un golpe seco cuajó para siempre sus gargantas y su sangre corrió despavorida abonando la tierra de sus ancestros. Y polinizó los cultivos y el suelo dio a luz altivas palmeras que alumbrarían sus frutos más rojos. La palma fue su maldición y su herencia, la liturgia del horror fue su legado y su dote.

 

Muriel Angulo

2002

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